Doppelgänger
- Alejandro Orozco
- 18 dic 2020
- 4 Min. de lectura
Para Sarahí, que me obligó a escribirlo
Daniel camina y se siente observado. Mira hacia atrás; salvo por las cucarachas y los borrachos, la calle está vacía. Huele los orines, la carne rancia, el caucho quemado: olores que lo saludan y lo despiden y lo acompañan. La nube negra, eterna, absurda. A su izquierda, la mohosa pared con el nombre del Liverpool y una obscenidad. La noche está en calma, tibia, no como en invierno, cuando sus ropas dejan pasar el hielo por las costuras abiertas. El callejón está oscuro, sombras produciendo sombras. No son pasos lo que lo hace voltear, sino murmullos de una decena de párpados, aleteos de mosca en su cuello, en su espalda, ronchas que no puede rascar. Lleva cuatro días sin bañarse, no es la primera vez; se ha acostumbrado al olor de su sudor seco, al lodo bajo las uñas, al cabello tieso y sucio. Sólo le alcanzó para un cartón de leche. Camina aprisa. Sus amigos lo matarían por un galón de leche en el acto, carajo, lo matarían por un cigarro. Se detiene en la esquina, mira sobre su hombro. Carajo.
En la casa de huéspedes hay pelea de putas y proxenetas. Amenazas, navajas, una pistola, odio. Sube los escalones de a dos evadiendo la trifulca y protegiendo el cartón de la mirada hambrienta de los junkies. En el pasillo no ve nada; se escucha magnificado el zumbido de un insecto. Su cuarto apesta. Cierra la puerta, los gritos se meten con él. Daniel se sienta en la silla plegadiza y revisa lo que esa mañana escribió en el cuaderno triste. Se pone de pie y se asoma por la ventana: los mismos haciendo lo mismo, cada noche una trágica réplica de la anterior, una morbosa maqueta de la siguiente. Nadie lo observa desde la calle. Regresa a la silla y relee sus propias palabras. Algo no está bien, el orden, el significado, quién sabe, chingada madre. Estira la pierna y su pie choca con la pata de la cama sucia y sin hacer. Platos desechables, papeles arrugados, residuos, incluso de él. Hace mucho dejó de amar. Decidió consagrarse a su trabajo, a sus letras, ya verán, pronto sabrán de mí. Traza una línea sobre la palabra que horas antes había encerrado el significado del universo. Abre el cartón, bebe su cena, luego lo esconde bajo la cama al escuchar que llaman a la puerta. Hola, Mary. ¿Qué escondes? Nada, estoy ocupado. ¿Tienes cerveza? No. Vamos, déjame pasar. Estoy escribiendo. Mary empuja la puerta. Mastica chicle. Le toma el bulto en la entrepierna. ¿Seguro no necesitas inspiración? Él la mira de abajo a arriba, las piernas flacas y torcidas, la minifalda roja, el abrigo robado. El olor. Daniel se hace a un lado dejándola pasar; no puede dejar de mirar la mosca en el foco azul.
¿Has hablado con tus hijos? El humo del cigarro sube al techo y baja estúpidamente. No quiero hablar de eso. Deberías llamarlos, igual y le sacas una lana a la perra esa. Daniel mira por la ventana. ¿Seguro no tienes una cerveza? No, lo del desempleo lo cobro mañana, entonces compraré cervezas. ¿Qué es esto? ¡Deja! Mary lee despacio del cuaderno. Esto está muy bien. No sé qué esperas para publicarlo, tiene palabras muy interesantes. ¿Por qué me miras así? ¿Quieres leer algo interesante? Lee el puto diccionario. Siempre estás enojado… ¿qué tanto miras por la ventana? Pero Daniel está lejos, preguntándose si tan sólo, carajo, puta madre. ¿Seguro no tienes cerveza?
La mañana no se llevó la comezón ni la paranoia. Sorprende a Daniel escribiendo acerca de un amor náufrago. El calor no pudrió el resto de la leche. Desayuna. Sale al pasillo. No sale agua de la regadera del baño comunitario. Cinco días. En la calle lo aguarda el tráfico de hotdogs, mercaderes de fruta y éxtasis. Toma el bus hacia Hyde Park. El aire no tiene color, pero tampoco es transparente. Camina media hora hasta la reja azul de la escuela. Ve al más grande, al más parecido a él, echándose por la resbaladilla. El gracioso y tierno uniforme. También a ellos los dejó colgados con el les juro que mañana vendré por ustedes e iremos al cine, con el dejen que venda el cuento que estoy escribiendo y con el la verdad es que están mejor sin mí. ¿En qué momento ser víctima se volvió redituable? Siente la roña pero no puede rascarse. Mira hacia arriba pero nadie lo observa. Ni Dios. Escupe al suelo. Escucha la voz del doctor, Danny esto no pinta bien. ¿Hay alguien a quien quieras llamar? No es que no haya querido avisarte, es que lo jodí todo, es que la ruina fue más tentadora que el esfuerzo, es que al final azotar la puerta fue tu mejor argumento.
Regresa a su madriguera. Da vueltas injustas de un lado a otro, sabe que lo observo. Tose. Tacha en su cuaderno los es ques. Carajo. Daniel escribe perdón.
Jueves 28 de noviembre de 2013
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